Saber pedir, saber buscar, saber esperar. Encontrarse en la dicotomía del desencuentro y encontrarse de golpe con este tiempo lineal e inabarcable para la espera de este rescate que solo llegara y todos tenemos ticket de entrada.
Y la fuga del sol y el viento que todo lo juzga y perdona al hermano y hermana que ignoraba nuestro cariño. Sentimiento que no implica marcas de titularidad.
Vueltas, vuelas, leñas, construcciones en busca del signo que todo lo habita. Búsqueda del continente que ayuna todos ocasos.
Búsqueda del pueblo que llama a todas la puertas, recibe la piedra blanca que tienen es sus bolsos y convive en la harina de salares. Porción oscura de un pan que quite las entrañas del hambre, ruego ceniza en los cabellos de la tierra.
Arriendo deshabitado en un pecho donde todos los nudos proceden del mismo origen, del mismo barro, de la misma piel.
¿Qué sabes? ¿Qué sientes? ¿Qué aguardas?
La llave solo existe si muestras tu cerradura, pero tu frontera de eclécticos lenguajes. Solo limita la mano del que todo lo provoca, no por que no pueda, si no, por que se necesita que tengas el mérito y basta de fosilizar las entrañas del tiempo, basta de incorporar cementerios a la garganta de esos que sangran, en ese mismo disfraz de lluvia y hervideros de comida.
Sentémonos en la misma mesa que todo lo comparte. Toma la mano y ven, solo sale. Veamos el árbol, con su destello y la primera luz. Que supera la medida espacio, tiempo y solo hay paz, solo hay paz.
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