Siempre tuvo la pequeña
conciencia de que, si su mano se volvía al volantín de los peces, estos
devolverían el gesto en danza desparramada, como un multiplicarse en otros. A
veces creía que podría existir en algún lugar físico la instancia poco especial,
que no se cumplan las reglas, otras veces se planeaba y se dejaba hundir por hermosos
cantos, instancias o dolores de manos, que mutaban en diminutos pájaros para
adornar la corona fúnebre de la musa de temporada. Poco sabia y no se había
dado pocas vueltas. Podría desechar tantas luces consumidas, desechar tanta
meditación mirando una planta o viajando sobre algún liquido viscoso extraído
de místicos cactus, arboles o flores para adornar veredas. Porque de caballos verdes sabía mucho,
demasiado tal vez, que no se encontraba o se acobardaba cuando pensaba en
montar tales menesteres y subarrendarse un rato entre codos, bocas y uno que
otro beso. Porque en alguna instancia las cosas volvían a parecerse y podría
ver a algún repugnante ser regocijándose en la mierda que, pensándose a solas,
evaporaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario