Fue entonces cuando me vi. Me soñaba en el mismo
momento en que tú, también me soñabas. transformados en armónicos de múltiples
tonos, te toque. Mire tu boca de arena y me pensaste, y en el momento que
resonamos, gritaste. Con voz difusa, posamos nuestras bocas imaginarias sobre
nuestras heridas invisibles. Y volvimos a ser niños. Yo te di la copa con el
agua de todas las lunas y fluiste con los vientos que nacían de tu pecho. Porque
ya no me quedan ríos para la tumba de tu ausencia, solo tengo el pez de tu boca
y un puñado de arcilla negra. ¿Qué importa si nos equivocamos? Para mí, tu
puente es de luz perpetua que no se rompe con postales de gélidos inviernos. La
semilla del árbol no muere, aunque la dejes en el aire. Lo verdadero trasciende
a punta de cinceles y cantos rotos. Memorizo nuestras cicatrices, que ante Dios
son perfectas. Augurio de la sabiduría, marcapáginas del libro de nuestros
pasos. Memoria corporal de la sincronía. Que canten los ermitaños su coro para
que el sol se disponga. Solo tengo mi profecía y un puñado de letras esperando
renacer, en tus pestañas.
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