B y D juegan a calcar espejos en su pechos. Descubren que en el proceso de flor, que asemeja la creación de dos manos que se unen en carne y éter, se vislumbra el horizonte del paraíso a recobrar. Alunizaje de caricias semejantes al tacto de Dios.
Para B, esto es incomprensible, ya que el único lenguaje que se fabrica esta en su cuerpo, en su sentir, en su abecedario recobrado en danza corpórea. Anteriores al viejo idioma de los arboles del caos.
D, por otro lado reconoce ese latir en el delicado momento en que se gesta el presente. Su cantar, liquido iniciador, forja la alquimia de elementos, que unidos crean el portal - umbral, del tiempo - cuerpo - principio.
Sabe que de la búsqueda y unión de la danza finita de su compañero, trizara los vientos que nominan a los peces allá en el frio hemisferio que los abraza.
Sabe que de la marcha vigilante de las aves del hielo, nacerá el huevo que todo lo completa. Complementación de fierros y esculturas obscenas. Idolatría gastada de deidades decadentes y profecías de falsa factura.
B y D, sienten la inocencia que procede de las fosilización de los sudores y fluidos en manos de calcio. Misma escritura en corteza de casas herméticas, cuidadoras de la primera cría del tiempo, objeto palpable en el olvido en piedra caliza y de montaña.
Viven el momento, cuidadosos a la fragilidad que asemeja a un par de tréboles en el invierno, temerosos de la destrucción que simbolizan. Sustentan juntos el jardín que divide el cielo de los que solo miran la piedra que envuelve.
Juntos llevan la tempera que todo lo renueva, eclipsando al alba de los pulpos.
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